Cómo transformé mi dolor en poder: una historia de heridas, alma y luz
- Sandra Milena Hernandez Rodriguez
- 27 may
- 3 Min. de lectura
Todos tenemos una historia… y también una herida.
Dicen que cada ser humano en la Tierra tiene una historia, tejida con momentos que marcan su vida de forma única. Algunas heridas nacen de lo que vivimos directamente, otras de lo que nos rodeó y muchas de lo que interpretamos a partir de esas experiencias. Sin importar el origen, casi todos cargamos dolores que aprendemos a ocultar o anestesiar. Creamos máscaras, actitudes, roles, personajes, para no sentirnos tan vulnerables, para sobrevivir en un mundo donde todos, en mayor o menor medida, también están lidiando con sus propios vacíos.
La máscara que aprendí a usar (y que casi me borra)
Yo caminé ese sendero. Sentí desde muy niña el miedo a no ser vista, a ser olvidada. Para evitarlo, me volví experta en adaptarme. Aprendí a leer el entorno y convertirme en lo que los demás esperaban de mí. Me esforzaba por agradar, encajar, empatizar. Aunque doliera.

Mi herramienta secreta era el humor. Reírme de mí misma me hacía más aceptable ante los demás, incluso cuando lo que decía escondía burlas, bullying o humillaciones. No quería que notaran cuánto dolía caminar diferente, tropezar con frecuencia o usar zapatos especiales. Normalicé la burla. Me hice fuerte por fuera, pero dentro me iba perdiendo. Y lo más doloroso: dejé de validar mi propio dolor.
Cuando la máscara ya no funcionó
Todo iba “bien” hasta que la vida me puso frente a frente con mis heridas. Y ahí, colapsé. Me sentí rota, incompleta, víctima de mi historia. Sin darme cuenta, me convertí en “la pobre de mí”. Justifiqué mi sufrimiento en mis imperfecciones físicas y en creencias limitantes que, durante mi juventud, me hicieron sentir indigna de lo bueno que la vida podía ofrecer.
Entonces, después de una gran crisis emocional, algo cambió. Escuché a una amiga que me sugería buscar ayuda profesional. Y lo hice.
Un faro en medio de la niebla
Mi terapeuta fue esa guía amorosa que, como un faro, me ayudó a encontrar el rumbo en medio de una noche oscura del alma. Comenzamos un proceso de aceptación, reconocimiento, resignificación, sanación… y transformación.
A lo largo del camino, me reencontré con mis partes heridas. Las miré a los ojos, las abracé. Les di un lugar en mi vida. Y, sobre todo, las transformé en amor propio y en poder personal.
¿Por qué creemos que debemos sanar solos?
Durante años, nos enseñaron que los problemas se resuelven en silencio, sin molestar. Pero cuando nos cruzamos con personas o situaciones que activan nuestras heridas profundas, se nos desmorona la estabilidad.
Por eso, el autoconocimiento acompañado es fundamental. Cuando alguien con herramientas adecuadas nos acompaña, podemos volver a encontrar el centro. Porque, aunque el poder está dentro de nosotros, cuando estamos heridos, no sabemos cómo activarlo. Vivimos a la defensiva. Reaccionamos en lugar de responder
Las 5 heridas del alma que nos desconectan
Gracias a la obra de Lise Bourbeau, entendí que muchas de esas cicatrices invisibles que nos condicionan responden a cinco grandes heridas del alma:
El rechazo
El abandono
La humillación
La injusticia
La traición
Estas heridas están ocultas tras máscaras que creemos nos protegen, pero que en realidad nos aíslan del amor, la autenticidad y la conexión.
Volver a ti: un acto de amor y responsabilidad
Hoy te invito a iniciar tu propio proceso. Escucha tu alma. Reconoce tu dolor. No se trata de erradicarlo por completo ni de vivir una vida sin tropiezos. Se trata de aprender a responder desde el corazón, de no alimentar el dolor ni en ti ni en otros.
Cuando comprendes tus heridas, te haces responsable. Y al hacerte cargo de ti, también puedes poner límites amorosos con quienes aún no saben cómo cuidar sus propias sombras. Es un acto de amor y coherencia.
En Avalon Descubre Sana y Transforma, te invitamos a tomar de la mano a tu parte dolida, mirarla con compasión y brindarle lo que necesita: escucha, ternura, validación y propósito.
Porque sí, se puede transformar el dolor en poder. Yo lo hice. Y tú también puedes.
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